ORACIÓN del HOMBRE LIBRE A Vos, Mi Señor, que de lo alto del cielo contemplas apenado la destrucción del hombre por el hombre, elevo este humilde libro campesino de viejas costumbres y
candorosas ingenuidades, un poco niño por la sencillez de mis relatos y otro poco Deja que un poco de paz duerma en las ciudades hambrientas; haz que tus hijos contemplen el espacio ignoto, que se miren allí como en un gigantesco espejo, para que vean reflejarse en ellos mismos la chatura y la imbecilidad que los domina. Concédeles la gracia de ablandar su orgullo y fortalecer sus costumbres, que se encuentran en el plano inclinado de la corrupción y la decadencia. Enséñales, Dios Mío, a amar los seres y las cosas; que aprendan a quererse entre
si de una manera humana y comprensiva, que amen las bestias y las plantas, comprendiendo que al amar honestamente la vida, llegaran a saborear la verdadera Déjales admirar la extensión ilimitada de mares y llanuras, porque siempre han vivido ciegos como los topos, pese a que Tú les has dado la vista y el pensamiento para elevarse de sus propias conciencias. Déjales que puedan mirar asimismo las montañas azules y los bosques silenciosos, como también sentirse sacudidos por el viento calido del mediodía, que enerva la sangre y crispa los músculos, en el lejano desierto de arena y pedregullo. Permíteles, Dios Mío, que sientan el regocijo de bañarse en arroyos cristalinos y sacudirse sobre los pastos tiernos, para que llenen de bienaventuranza los poros de sus cuerpos ahogados. Deja que alguna vez duerman tirados en el suelo y cubiertos por la lejanía de las
estrellas nocturnas; pídote, Dios Mío, que les permitas comer tan solo una vez a la
sombra de talas o algarrobos y saborear tu sangre en el botellón de vino refrescado Solo así, Dios Mío, aprenderá el hermano hombre a buscar la belleza emocionada de la vida. Cuando todos comprendan que para nada vale amontonar dinero, reunir poderes
o poseer enormes heredades, pues una gota de agua o un soplo de viento nos
convertirá en piltrafas y gusanos, recién entonces el hombre será dueño de si mismo GUILLERMO TERRERA
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